💍 Cuando mi marido no está… me vuelvo sucia

Mi marido es perfecto. Trabajador, atento, formal. Siempre puntual. Siempre correcto. Pero también… siempre igual. Mismo polvo rutinario los sábados por la noche, misma postura aburrida, mismo beso en la frente después.

Yo necesito más. Más lengua, más juego, más órdenes, más morbo. Así que cuando él se va de viaje por trabajo… yo me convierto en otra.

Ese martes fue diferente desde que me desperté. Me puse unas braguitas mínimas y una camiseta blanca sin sujetador. Quería sentirme puta desde el desayuno. Me miré al espejo, me mordí el labio. Estaba sola. Y estaba caliente.

Al mediodía, cogí el teléfono y marqué ese número que había guardado como “Placer sin filtros”. Lo descubrí por casualidad hace semanas, y me volví adicta. Me contestó una voz masculina, grave, segura.

—¿Otra vez tú, mujer casada? —Sí —le dije—. Mi marido no está… así que quiero que me hables sucio.

Y lo hizo. Me habló como nadie. Me dijo que me tumbara en el sofá con las piernas abiertas. Que me tocara lento. Que me imaginara que él me metía los dedos mientras me agarraba del pelo. Yo obedecí. Me mojé. Gemí. Me corrí tan fuerte que manché las sábanas.

Colgué con la respiración agitada, temblando. Me prometí que sería la única vez… pero mentí. Como todas las veces anteriores.

Esa noche me puse un conjunto de lencería negra que mi marido jamás había visto. Lo reservaba solo para mis llamadas sucias. Encendí velas, bajé las luces, y volví a marcar. Contestó otra voz. Femenina. Joven.

—¿Quieres que te escuche mientras te tocas? —Quiero que me ordenes.

Esa chica tenía una voz suave y peligrosa. Me decía exactamente lo que necesitaba: que me arrodillara frente al espejo, que abriera la boca imaginando una polla dura frente a mí, que me masturbara como una sumisa obediente. La llamada duró 23 minutos. Me corrí dos veces. Me quedé desnuda en el suelo, con la piel caliente y la mente sucia.

Desde entonces, cada vez que mi marido se va… yo preparo todo como un ritual. Me ducho, me depilo, me pongo tacones. Y me convierto en otra mujer. Una mujer que ya no espera a que la follen los sábados. Una mujer que se calienta con las voces del teléfono, que gime para desconocidos, que se masturba sin remordimientos.

Una noche incluso llamé desde la cocina, con el altavoz encendido y los dedos en la braga. Me daba igual todo. Me gustaba oírme gemir. Me gustaba saber que alguien me escuchaba, alguien que se corría mientras me imaginaba.

La voz me preguntó: —¿No te sientes culpable? —No —le respondí—. Me siento viva.

A veces son hombres. A veces mujeres. A veces parejas. Todos tienen algo en común: me escuchan, me desean, me excitan. Mi marido jamás sabrá que mientras él duerme en hoteles aburridos, yo me corro contra el borde de la mesa del comedor, jadeando como una guarra al teléfono.

Hay noches en las que quiero que me insulten. Otras en las que quiero que me adoren. Algunas veces me hago pasar por otra. Juego con los nombres, con las fantasías, con los roles. Me convierto en lo que ellos quieran… pero también soy siempre lo que yo necesito: una mujer sin límites cuando está sola.

Esta última vez pedí que me imaginaran atada. Cerré los ojos mientras la voz masculina me decía cómo me amarraba los brazos con un cinturón, cómo me abría las piernas con fuerza, cómo me tapaba la boca para que no gritara. Yo gemía. Gritaba igual. Y terminé corriéndome como nunca.

¿Y sabes lo mejor? Que después me metí en la cama, me acomodé la bata, y cuando mi marido me llamó para decir “buenas noches”… yo le respondí con voz dulce, como si nada hubiera pasado.

Porque esto es mío. Solo mío. Mi pequeño secreto. Mi fantasía sucia cada vez que él no está.

💋 ¿Quieres ser tú quien me hable cuando él no está?

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