🚿 Morbo en la ducha compartida: cuerpos mojados y ganas contenidas
Siempre he ido al gimnasio por las mañanas, cuando hay menos gente. Me gusta entrenar sola, con música a tope y sin distracciones. Pero ese martes… algo cambió. Acababa de terminar mi sesión de piernas y me dirigí a las duchas, con la toalla enrollada al cuerpo y el pulso todavía acelerado.
Al entrar, me sorprendió no estar sola. Había una chica en la ducha contigua. Morena, cuerpo atlético, tatuaje en la cadera. Nos saludamos con una sonrisa. Yo entré a mi cabina, cerré la puerta de cristal… pero no del todo. Me gustaba ese pequeño hueco. Ese ángulo por donde, si alguien se fijaba, podría verme desnuda.
El agua caliente me recorría el cuerpo, deslizándose entre mis pechos, bajando por mi vientre hasta las piernas. Cerré los ojos. Escuchaba el agua caer, su respiración, sus movimientos. Algo dentro de mí se despertó. Abrí los ojos y giré un poco la cabeza. Ella también me estaba mirando. Directo a los ojos, sin vergüenza.
—¿Hace calor o soy yo? —bromeó. —Las dos cosas —le respondí, con una sonrisa pícara.
Se acercó. Su ducha estaba al lado de la mía, separadas solo por un cristal. A través del vapor, vi cómo se quitaba la espuma de los pechos, cómo se acariciaba entre las piernas con las manos enjabonadas. Era un espectáculo. Y me lo estaba mostrando a propósito.
Mi cuerpo reaccionó. Me toqué los pezones, ya duros, mientras la miraba. Ella se mordió el labio. —¿Te molesta si compartimos? —preguntó. Negué con la cabeza. No podía ni hablar.
Entró a mi cabina. El agua nos cubría a las dos. Estábamos tan cerca que podía sentir su aliento en mi cuello. Me acarició el brazo, bajó por mi cintura, y cuando me rozó el clítoris, gemí. —Tranquila… —susurró—. Déjate llevar.
Sus dedos sabían lo que hacían. Me abrió con suavidad, me tocó como si ya me conociera. Yo le agarré los pechos, los apreté con las palmas mojadas, mientras nuestras lenguas se enredaban bajo el chorro. Me hizo girar, pegarme a la pared, y me comió el coño por detrás. Su lengua jugaba entre mis labios, su dedo me penetraba con ritmo, y yo me deshacía, jadeando, gimiendo, temblando.
—Te vas a correr para mí —me dijo—. Y vas a hacerlo fuerte.
Y así fue. Me corrí tan fuerte que mis piernas casi no me sostenían. Ella me abrazó por la espalda, me besó el hombro, y apoyó la cabeza sobre la mía.
Nos duchamos en silencio, como si nada hubiera pasado. Pero al salir, al secarnos frente al espejo, me guiñó un ojo y susurró: —Mañana también vendré a esta hora.
Desde entonces, nuestras duchas no son solo para quitarnos el sudor. Ahora son para mojarnos el cuerpo… y calentarnos el alma.
🚿 Llama y dime qué harías si entras tú a la ducha


