🌒 Noche con el compañero nuevo: de la oficina a mi cama
Cuando entró por primera vez en la oficina, todas nos giramos. Alto, pelo oscuro, sonrisa tímida. Se llamaba Leo, tenía 28 años y era el nuevo del departamento de marketing. Yo, 37, casada, jefa de equipo. Desde el principio noté su mirada. No era descarado, pero sí constante. Me miraba las piernas, la boca, el escote… y cada vez que lo hacía, se me calentaba algo por dentro.
Durante semanas, todo fue juego de miradas. Le pasaba por detrás más de la cuenta, le hablaba más cerca de lo necesario. A veces, me agachaba a propósito con la falda corta, solo para ver si sus ojos se desviaban. Siempre lo hacían.
Una noche, después de un evento de empresa, coincidimos en el ascensor. Llevaba una camisa blanca ajustada y aún olía a colonia fresca. Estábamos solos. La tensión era tan evidente que parecía un tercero más entre nosotros. —¿Lo has pasado bien? —le pregunté. —Ahora mismo sí —me dijo, mirándome sin vergüenza. —¿Y eso? —Porque por fin estamos solos.
No respondí. Solo le mantuve la mirada… y le acaricié el pecho con un dedo mientras salíamos del ascensor. No dijimos nada. Caminamos directo hasta mi habitación de hotel. Cerré la puerta, me apoyé contra ella y le dije: —Si cruzas esa línea, ya no hay vuelta atrás.
Él no dudó. Se acercó, me agarró de la cintura y me besó con hambre. Su lengua buscaba la mía como si la necesitara. Su cuerpo se apretó contra el mío. Me empujó suavemente hacia la cama, y mientras me besaba el cuello, me subía el vestido. Mis braguitas ya estaban mojadas.
Me las quitó sin prisa, pero con decisión. Me abrió las piernas y bajó la cabeza. Su lengua era joven, atrevida, dulce y sucia a la vez. Me lamía con ganas, como si comerse mi coño fuera su premio. Y lo estaba haciendo tan bien… que me corrí sin poder evitarlo, agarrándolo del pelo mientras gemía su nombre.
Pero no acabó ahí. Me tumbó boca abajo, me mordió los glúteos, me penetró lento al principio, luego con fuerza. Gemía como un salvaje mientras me agarraba por la cintura. Yo me sentía una adolescente, jadeando, mojadísima, completamente dominada por un chico que me sacaba casi diez años… y me follaba como si los tuviera todos.
Cambió de postura, me puso encima. Me hizo montar su polla mirándolo a los ojos. —Así, jefa. Móntame como mandas tú —susurró. Yo le obedecí, cabalgándolo con fuerza, sudando, sintiéndome puta, poderosa, viva.
Nos corrimos juntos. Jadeando. Exhaustos. Yo con el rimel corrido y el corazón acelerado. Él con las uñas marcadas en la espalda. Me tumbé a su lado, riéndome. —Esto no vuelve a pasar —dije, aún sin aliento. —Claro que no —sonrió—. Hasta la próxima reunión fuera de la oficina.
Desde esa noche, cada vez que coincidimos en el trabajo, fingimos normalidad. Pero cuando nadie mira, sus dedos rozan mi muslo. Me susurra cosas sucias al oído. Me dice cuándo volverá a follarme.
Y lo peor es que yo espero ese momento como una adicta. Porque Leo no es solo mi compañero nuevo. Es mi válvula de escape, mi dosis de morbo, mi fantasía encarnada.
Y tú, ¿quieres ser mi próximo compañero?
📞 Llama ahora y dime cómo me tomarías en la oficina


