🔍 Cuando mi vecino empezó a espiarme (y terminó haciéndome gemir)

Todo empezó con una mirada. Yo colgaba la ropa interior en la terraza, como cada martes. Hacía calor, así que solo llevaba unas braguitas finas y una camiseta sin sujetador. Sentía el aire recorrer mis pezones duros, y eso me encantaba. Me sentía viva, provocadora. Entonces lo vi. En la ventana de enfrente, mi vecino. Fingía regar una planta seca, pero sus ojos estaban clavados en mi cuerpo.

Me detuve un segundo. En lugar de cubrirme, me giré despacio y dejé que la camiseta se levantara justo lo suficiente para mostrar el comienzo de mi culo. Él tragó saliva. Me hizo sonreír.

—Así que te gusta mirar… —murmuré para mí misma.

A la noche siguiente, repetí el ritual. Pero esta vez, sin braguitas. Solo la camiseta. Me estiré más de la cuenta al tender una toalla, y fingí no darme cuenta de que él volvía a estar ahí. Cuando giré la cabeza, nuestros ojos se encontraron. No bajó la mirada. Me miraba fijo, con deseo. Yo me metí los dedos entre las piernas por debajo de la tela, justo delante de él. Sin quitarle la vista de encima.

Su sombra desapareció de la ventana. Pensé que se había asustado. Pero no. Lo que pasó fue muy distinto.

Minutos después, oí un golpe suave en mi puerta. Mi corazón se aceleró. ¿Era él? Abrí lentamente, sin quitarme la camiseta. Y ahí estaba, mi vecino. Alto, moreno, con una expresión de deseo contenida.

—No podía más —me dijo. —¿Desde cuándo me espías? —Desde hace semanas… pero tú lo hiciste peor. Hoy me lo hiciste a propósito. —¿Y qué vas a hacer al respecto? —le pregunté, mordiéndome el labio.

No contestó. Me agarró de la cintura y me besó como si lo hubiera estado esperando toda su vida. Mi cuerpo reaccionó al instante. Estaba húmeda desde antes de abrir la puerta, pero sentir su lengua, su cuerpo caliente contra el mío, me hizo temblar de verdad.

Me apoyó contra la pared del pasillo, y con una mano me acarició entre las piernas. No llevaba nada debajo, lo sabía. Me tocó suave, luego más rápido. Yo gemía bajito, sin disimulo. Estaba caliente, mojada, entregada.

—¿Quieres que te folle aquí mismo? —susurró en mi oído. —No —le dije—. Quiero que me sigas espiando. Quiero jugar contigo.

Él sonrió. Me besó el cuello, el pecho, bajó por mi vientre hasta arrodillarse. Me lamió como si llevara semanas soñando con eso. Y quizás sí. Porque lo hizo con una entrega brutal. Me hizo gemir, me hizo arquear la espalda, me hizo venirme en su cara sin apenas tocarme. Y entonces, se levantó, se fue sin decir palabra.

Volví a mirar por la ventana. Estaba en su casa. Cerró las cortinas. Pero dejó un pequeño hueco, justo para verme.

Durante los días siguientes, el juego se volvió más intenso. Yo me paseaba desnuda por la casa con las luces encendidas. Me tocaba en el sofá, en la ducha, en la cocina… Y él, al otro lado, siempre estaba allí. Con el pantalón bajado, pajeándose mientras me miraba. Nunca decía nada. Solo me miraba. Yo gemía fuerte, para que me oyera. Me metía los dedos, me abría las piernas, me acariciaba los pezones y le lanzaba miradas retadoras.

Una noche, me llamaron por teléfono. Número oculto. Al contestar, no dijo nada… solo respiraba. Reconocí su forma de jadear. —¿Te estás tocando ahora? —le pregunté, metiendo mis dedos en mi coño empapado. —Sí —susurró finalmente—. ¿Te importa? —No… me encanta. Dime qué quieres que haga.

Su voz cambió. Se volvió autoritaria, firme. —Desnúdate. Túmbate en el sofá. Abre las piernas. Obedecí. Sentí su respiración acelerarse al otro lado. —Mastúrbate para mí. Quiero escucharte mojar los dedos.

Y eso hice. Me entregué por completo a esa voz. A ese deseo acumulado. A esa conexión sucia, directa, intensa. Me tocaba con una mano y con la otra sujetaba el teléfono. Él me decía cuándo acelerar, cuándo frenar, cuándo meterme dos dedos, cuándo tres. Me hizo rogar por permiso para correrme. Y cuando por fin me lo concedió, solté un grito ahogado que seguro se oyó en todo el edificio.

Desde entonces, cada noche es distinta. A veces me llama y me ordena lo que debo hacer. Otras veces, me observa desde la ventana. A veces, simplemente me escribe por WhatsApp una frase: “Te estoy mirando. Quiero verte correrte para mí”.

Y yo lo hago. Porque me excita sabiendo que al otro lado alguien me observa. Porque me calienta saber que su polla está dura solo por verme. Porque este juego sucio, sin tocar, sin hablar, me hace temblar como ninguna otra cosa. Y tú… ¿te atreves a espiarme también?

👀 Escucha lo que hago cuando creo que nadie me ve…

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