🛏️ El desconocido de la habitación 306: una noche que no olvido
No tenía previsto quedarme esa noche. El congreso se alargó y me ofrecieron una habitación en el hotel donde se celebraba todo. Piso 3, habitación 304. Solo iba a dormir. Una ducha rápida, cena ligera y a la cama. Pero el destino tenía otros planes… justo en la habitación de al lado.
Cuando salí del baño envuelta en la toalla, escuché algo. Ruidos. Gemidos suaves. Al principio pensé que era la tele… pero no. Era real. Alguien se lo estaba pasando muy bien. Y muy alto.
Me acerqué a la pared. Mi oído tocó el yeso. Escuchaba perfectamente los jadeos. Su voz masculina, profunda, dominante. La de ella, aguda, sucia, entregada. Me estremecí. Sentí un cosquilleo entre las piernas. Estaba sola. Mojada. Y muy tentada.
Me tumbé boca arriba, todavía en toalla, y deslicé la mano entre mis muslos. Cerré los ojos. Imaginé esa escena. Él empujando con fuerza. Ella gimiendo bajo su cuerpo. Mi dedo recorrió mi clítoris con la misma intensidad con la que él parecía follarla al otro lado de la pared.
Estaba tan metida en el momento que no escuché el golpe. Una nota bajo la puerta. Me levanté, con las mejillas ardiendo. Era su letra. Firme, directa:
“Si quieres unirte… habitación 306. No toques. Entra. Estoy esperando.”
Mi corazón latía desbocado. Estuve 10 minutos paseando desnuda por la habitación, dudando, tocándome de nuevo, imaginando su cara. Al final, no lo pensé más. Me puse una bata fina, sin ropa debajo… y salí.
La puerta estaba entreabierta. Empujé. Entré. Luz tenue. Olía a cuero, perfume y deseo. Él estaba sentado al borde de la cama. Solo llevaba unos pantalones. Su torso era firme, moreno, con una mirada que lo decía todo.
—Sabía que vendrías —dijo. —No digas nada más —le pedí.
Me acerqué y me senté a horcajadas sobre él. Su polla estaba dura. Se notaba bajo la tela. Nos besamos con furia contenida. Me desató la bata y la dejó caer al suelo. Sus manos recorrían mi espalda, mis pechos, mis nalgas. Su boca encontró mis pezones y los chupó con hambre.
Yo le desabroché el pantalón y saqué su polla. Grande, caliente, palpitante. Me bajé lentamente, guiándola hasta mi coño mojado. Lo sentí entrar centímetro a centímetro. Cerré los ojos. Solté un gemido largo. Me follaba sin hablar, solo con fuerza, ritmo y mirada fija.
Me puso contra la pared. Me agarró por las caderas. Me embestía sin pausa. Me decía cosas sucias al oído: —Mira cómo te corro el coño. Estás hecha una puta. —Sigue… no pares —jadeaba yo.
Después me tumbó boca arriba. Me abrió las piernas, me escupió el clítoris y lo lamió como si quisiera hacerme gritar. Y lo logró. Me corrí con su lengua dentro, las manos apretando las sábanas y las piernas temblando.
Terminamos sudando, abrazados, sin nombres. Solo cuerpos. Solo sexo. Solo esa habitación 306 y una noche para recordar.
Al despertar, ya no estaba. Solo una nota más, escrita con la misma letra:
“Si vuelves a escuchar gemidos… ya sabes dónde entrar.”
🛏️ ¿Te atreves a entrar tú en la habitación 306?


